'Traidor en el infierno' celebra su 60 aniversario


Stalag 17_cinemagraph_CineGratiaCinema


"Si me encuentro con alguno de vosotros en una esquina, finjamos que no nos hemos visto nunca."

Sargento J. J. Sefton


La semana pasada se cumplieron 60 años del estreno de Traidor en el infierno (Stalag 17, 1953) en su premiere mundial. Un pretexto perfecto para rememorar una mis películas favoritas de Billy Wilder, también la suya, pues como él mismo afirmó, "Junto a El crepúsculo de los dioses, Traidor en el infierno es una de mis películas favoritas, tal vez porque tiene ocho minutos que son bastante buenos". Tal vez sean muchos más.

La cinta, se sitúa, junto con Cinco tumbas al Cairo (Five Graves to Cairo, 1943) o Berlín Occidente (A Foreign Affair, 1948), en plena Segunda Guerra Mundial, pero esta vez en un campo de concentración nazi y supone, en cierto modo, la clausura a sus películas situadas en este contexto histórico. Un film que, más allá de cualquier género, tiene puesto siempre el punto de mira en el conflicto del individuo frente a su propia naturaleza. Traidor en el infierno es distinta de lo que uno pueda esperar de un relato en semejante entorno, con muchos momentos de comicidad pero no por ello menos realista. Dura, emotiva y sarcástica. Una historia de intentos de evasión y misterio, una historia que te atrapa, una historia de absoluta concentración, no la del campo, sino la nuestra.


Los actores Robert Strauss, William Holden y Harvey Lembeck frente al set del campo de concentración Stalag 17.
Los actores Robert StraussWilliam Holden y Harvey Lembeck frente al set del campo de concentración Stalag 17.


Esta película forma parte de mi personal colección de favoritas pues tuve la oportunidad de verla en pantalla grande en los cines Méliès de Barcelona y para mí, en aquel entonces absolutamente fascinada por descubrir a Wilder, resultó una magnífica sorpresa.

El título original, Stalag 17 (como siempre, mucho más preciso, menos revelador y cursi que en castellano) se refiere a la denominación y al número del campo de prisioneros de guerra alemán en el que tendrá lugar la acción del film. Un campo del que nadie, hasta el momento, ha conseguido escapar. Sus protagonistas son un grupo de sargentos de las fuerzas aéreas americanas que han sido hechos prisioneros y que ocupan el barracón número 4. De entre todos ellos destaca un personaje, el del sargento J. J. Sefton, interpretado de manera sublime por William Holden y que le valió un Oscar en 1953 frente, nada menos que a Montgomery Clift y Burt Lancaster por De aquí a la eternidad (From Here To Eternity, Fred Zinneman), a Marlon Brando por Julio César (Julius Caesar, Joseph L. Mankiewicz) y a Richard Burton por La túnica sagrada (The Robe, Henry Koster). Curiosamente la gran triunfadora de 1953 fue De aquí a la eternidad, otra cinta también enmarcada en la Segunda Guerra Mundial pero mucho más romántica y patriótica.


Un fantástico William Holden como el cínico sargento Sefton, cargado con sus objetos de intercambio.
Un fantástico William Holden como el cínico sargento Sefton, cargado con sus objetos de intercambio.


Un triunfo necesario


Tras el inesperado fracaso que supuso su anterior película, la ahora alabada, El gran carnaval (Ace in the Hole, 1951) y, tras muchos años de vinculación a la Paramount, Billy Wilder se encontró frente a la necesidad de que su siguiente película fuera un éxito absoluto. La productora, no sólo pretendía obtener beneficios con este proyecto, sino que le exigieron recuperar el dinero invertido también en El gran carnaval. Una auténtica soga al cuello de Wilder, acostumbrado a salirse con la suya frente a cualquier imposición del estudio.

Dos años tardó en volver a dirigir y en encontrar la historia adecuada que pudiera cumplir tal propósito. No sólo se trataba de hallar una trama apta para el ingenio de Wilder, además debía encontrar al colaborador idóneo para la escritura del guión, después de dar por finalizada su larga relación profesional con Charles Brackett* al término de El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950). Para ello contrató a Edwin Blum, un guionista eficiente, que había demostrado cierta destreza en adaptaciones como Las aventuras de Sherlock Holmes (The Adventures of Sherlock Holmes, 1939, Alfred L. Werker) o El fantasma de Canterville (The Canterville Ghost, 1944, Jules Dassin). 

Durante un viaje a Nueva York, tropezó con la historia que su tremendo olfato narrativo buscaba. El gran éxito de la temporada teatral de Broadway le llevó a descubrir una obra escrita por Donald Bevan y Edward Trzcinski, basada en sus propias experiencias como prisioneros de guerra del ejército de aviación americano durante la Segunda Guerra Mundial. Dicha obra, un verdadero éxito en los escenarios, fue la apuesta de Wilder para volver a aunar el favor del público y de la crítica y conseguir acallar las presiones de la Paramount, para la que sería su penúltima realización.


Imagen de los créditos iniciales del film con el sello de Paramount Pictures.
Imagen de los créditos iniciales del film con el sello de Paramount Pictures.

El reparto masculino y el 'ser o no ser' de Wilder


Dar forma a un texto con tantos matices, desde el suspense a la comedia, exigía de unos intérpretes que supieran aprovechar todas sus connotaciones. Indudablemente, el que mejor entendió esta oportunidad fue William Holden, el actor predilecto junto con Jack Lemmon, de Wilder. Sin embargo, no fue él la idea inicial, sino que se pensó en Charlton Heston en los primeros estadios del guión. A medida que se desarrollaba el libreto y el sargento Sefton se alejaba de un ideal patriótico, para volverse más corrosivo, Heston fue descartado y Wilder llamó a William Holden. Difícil, que no imposible, es imaginar su personaje de Sefton, el más cercano al propio director de todos los que escribió, en manos de Heston. Holden encarna a la perfección al antihéroe, a aquél que procura ante todo, su propia subsistencia y que, de algún modo, refleja la hipocresía de los que condenan esta actitud individualista en pos de un supuesto bien común, cuando en realidad sólo anhelan la misma suerte. El aura que se le imprime a este personaje está muy inteligentemente explotada por el modo cómo se le presenta. Siempre lo observamos a través de los ojos del resto de prisioneros y, de este modo, es más sencillo compartir las sospechas que recaen sobre él. A pesar de ser el personaje central, sus escenas siempre tienen que ver con el grupo y con la impresión que de él se tiene.


Una parte representativa de los dos bandos del film con Don Taylor, William Holden, Otto Preminger y Sig Ruman.
Una parte representativa de los dos bandos del film con Don TaylorWilliam HoldenOtto Preminger y Sig Ruman.


El resto de personajes no podrían ser más heterogéneos. En el barracón se concentra un variopinto grupo de soldados, encabezado por un joven Peter Graves, posteriormente conocido por la serie de televisión original de Misión imposible; por Neville Brand, un héroe de la Segunda Guerra Mundial y luego conocido villano en papeles tanto en cine como en televisión, y por la pareja cómica interpretada por Robert Strauss y Harvey Lembeck. Estos dos actores habían actuado previamente en la obra de teatro original, con sus mismos personajes. Cabe añadir también a los actores Don TaylorGil Stratton, aunque sus interpretaciones sean las más anodinas. El primero como el teniente Dunbar y el segundo con el doble papel de narrador, como era costumbre en muchas cintas de Wilder, y cómo 'Cookie', el ayudante de Holden. No me olvido de Robinson Stone dando vida a Joey, con su inseparable ocarina. Uno de los personajes más traumatizados por su experiencia durante la guerra y que da pie a algunos momentos verdaderamente emotivos. 

El bando alemán y sus intérpretes es, para mí, el que más interés suscita. Su representación del ejército nazi está claramente influenciada por aquélla del genial Ernst Lubitsch. El humor que los rodea, su jocosa ineptitud, es la misma que vimos en Ser o no ser (To Be or Not to Be, 1942). No en vano, repite como actor Sig Ruman como sargento Schultz, en homenaje a uno de los personajes más recurrentes de la cinta de Lubitsch. Como guinda a este pastel nazi, consiguió los servicios como intérprete del director Otto Preminger para encarnar a Oberts von Scherbach, el coronel tirano del Stalag 17, recogiendo el testigo de Erich Von Stroheim en La gran ilusión (La grande illusion, 1937, Jean Renoir). Preminger ya comenzó su carrera como actor antes que como director y, cosas del destino, se decantó por la segunda. Su personaje, de hecho, nunca infunde temor, resulta más bien ridículo. Lo único temible de su interpretación, sobretodo si escogéis la versión original, es su terrorífico acento alemán. Que Otto me perdone.


Otto Preminger en una escena de Traidor en el infierno.
Otto Preminger en una escena de Traidor en el infierno.

When Johnny Comes Marching Home Again y la banda sonora 


La de Traidor en el infierno es una banda sonora sobria, supervisada por el veterano Franz Waxman, un compositor que empezó su andadura en Hollywood con películas de género como La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, 1935, James Whale) o Rebeca (Rebecca, 1940, Alfred Hitchcock). Su trabajo anterior con su amigo Billy Wilder, la música de El crepúsculo de los dioses le valió un Oscar en 1950, premió que repetiría al año siguiente por la cinta Un lugar en el sol (A Place in the Sun, 1951, George Stevens). Las partituras del compositor alemán, características por su vigor y su carácter romántico, se someten en este film a una canción que resuena una y otra vez en el Stalag 17. Es la melodía de When Johnny Comes Marching Home Again, la que inunda y domina la banda sonora de la película. 

La letra de esta popular canción compuesta durante la Guerra Civil norteamericana, de inspiración irlandesa, refleja el deseo por el retorno de los que están luchando en la guerra. La melodía se convirtió en una de las más escuchadas en cada una de las contiendas en las que tomaron parte los Estados Unidos. Ésta aparece en los momentos más trascendentes del film, es cantada y silbada por los prisioneros y, es su carácter repetitivo y su mensaje, el que enfatiza la situación que viven, su constante anhelo de evasión. Es una canción que no te suelta durante todo el metraje y te acompaña incluso durante días posteriores. Se recomienda canturrear con moderación.

En el siguiente vídeo, se puede apreciar la composición musical del film:




Dos piezas clave 


En una película como Traidor en el infierno, con un reparto masculino casi en su totalidad, dos figuras femeninas adquieren una inesperada trascendencia. Estas piezas, cual película de Hitchcock, se convierten en elementos vehiculares del suspense del film. Un misterio que arranca con la sospecha de que el barracón alberga un 'topo', un traidor al que alude el título castellano de la cinta. Éste se sirve de ellas, para hacer llegar información relevante al bando alemán. Una de las piezas es la reina negra, que se mantiene inmóvil en el tablero de ajedrez que ocupa la mesa central del barracón. Hueca en su interior, es depositaria de las notas que circulan de uno a otro bloque.


Stalag 17 cinemagraph 04_CineGratiaCinema



No deja de resultar interesante que sea precisamente una pieza de ajedrez femenina, la utilizada para el intercambio de mensajes. Rodeada por hombres, es la reina negra o the Hollow Black Queen, como la llaman en un momento del film, la más poderosa. Si tomamos la alegoría del ajedrez, muy apropiada en un contexto bélico, la reina es la que posee libertad total de movimiento, puede desplazarse en cualquier dirección. Se encuentra, pues, en directa oposición a la situación que viven los prisioneros del Stalag 17. Una elección nada casual en cualquier caso.

La otra figura es la de la bombilla que ilumina el barracón. A modo de señal, este objeto y su colocación advierten al cómplice de la recepción de la nota. La luz siempre se usó para designar el conocimiento y fue símbolo de la razón y de la verdad. Tampoco me parece fortuita la elección de esta pieza y su función en esta cinta. Los dos elementos combinados son esenciales para el posterior desarrollo de la acción pero también por su significado más allá de su condición de objetos inanimados.

Estamos ante una historia que se aleja del patriotismo y se centra en las actitudes frente a la supervivencia, sin juicios morales ni lecturas paternalistas, y con una mirada astuta y cómplice. Una película mordaz, cargada de elementos de enorme fuerza, que vale la pena visionar para rendirle un merecido homenaje. Y es que a Traidor en el infierno los sesenta le sientan muy bien.



*Charles Brackett
(1892 - 1969) Escritor, guionista y productor cinematográfico norteamericano, especialmente conocido por su colaboración con Billy Wilder durante más de una década y firmando un total de 13 guiones juntos. Entre ellos destacan los de Ninotchka (1939, Ernst Lubitsch), Bola de fuego (Ball of Fire, 1941, Howard Hawks), Días sin huella (The Lost Weekend, 1945, Billy Wilder) o El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950, Billy Wilder). Más información (en inglés) en NotComing.com

No hay comentarios :

Publicar un comentario